En el siglo XVII, cuando el pueblo bávaro de Oberammergau fue azotado por la peste, sus piadosos ciudadanos se reunieron e hicieron un pacto con Dios. Si detenía la enfermedad, representarían La Pasión de Cristo cada diez años por toda la eternidad.
Cuando cesaron las muertes, los aldeanos cumplieron su promesa. Se levantó un escenario improvisado y se representó por primera vez el Sufrimiento, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La representación, como muchas otras de su época, culpaba de las agonías de Cristo a los que se consideraban sus malvados adversarios: los judíos.
Trescientos años después de su inicio, Adolf Hitler asistió al Jubileo especial de Oberammergau y declaró la representación un tesoro cultural.
La representación de 1934 es el punto de partida de la narración basada en imágenes y textos de Regine Petersen, que se desarrolla en dos niveles: el de la representación de la Pasión más importante del mundo y su inherente antisemitismo, y el de la vida cotidiana en el pueblo nacionalsocialista. Las postales de los protagonistas de la representación se entremezclan con crónicas de viajes, registros de la policía local y protocolos de desnazificación, lo que va minando su función propagandística y difuminando los límites entre el solemne escenario y una inquietante realidad histórica.
Compuesta como un relato alegórico con matices satíricos, La Pasión de Petersen es una virtuosa réplica de las pasiones de la Historia por la propaganda, el populismo y la corrupción moral en sus cambiantes aunque ubicuas manifestaciones.
